Si el ser
humano es un animal que se caracteriza por una adaptación fácil a cualquier
medio, el ser español lo es aún más. Con gran soltura y celeridad nos
acostumbramos a una vida cómoda y agasajadora, que nos ha mimado y seguido el rollo durante estos últimos 15
años. La clase trabajadora se convirtió en clase media y llegamos a un estatus
quo que era equiparable a algunos otros estados europeos que considerábamos
mejor posicionados.
Pero cual
estúpidos, hemos olvidado la historia, que siempre se repite, y que nunca
merece ser desdeñada, pues es amante cruel y cuando se cree que ya se ha ido,
vuelve con más fuerza. De nuevo el dinero irreal, ficticio, jugar con la
especulación, vender humo... Resuena el crack de la bolsa del 29. Si bien no
entiendo de economía, creo que los causas son bastante parecidas: Vivir por
encima de los posibles, creer que las riquezas brotan de la nada, especular con
bienes materiales y creer que el dinero es la única verdad absoluta.
Aun así, de todo se
aprende. Y no es hacer una apología del positivismo y creer que el mundo será
un camino de rosas. Porque la vida
es contradictoria y nuestras acciones conforman parte de esta contradicción
porque, aunque se basen en la lógica y en el principio de causa-consecuencia,
la sumatoria de todas las variables da un abanico de posibilidades infinito.
A esto hace
referencia el título del artículo.
Maldita crisis: Ha sido un duro golpe; está suponiendo la revisión de un modelo de vida y de un
sistema que creíamos innegables y verdaderos. Deberíamos haber aprendido que en
la vida todo es cíclico y al igual que sube, baja. El crecimiento exponencial
ilimitado no es parte de la naturaleza.
Bendita
oportunidad: Nos ha quitado la venda de los ojos, como si todo este tiempo hubiésemos
vivido con una veladura que nos impedía discernir la realidad, tan abarrotados
estábamos de excesos, embotada nuestra precepción. Como si hubiéramos vivido en
una realidad paralela, en un resort de vacaciones de lujo durante más tiempo
del acostumbrado y, ahora, al volver a casa, ver que el haber estado ausentes
durante tanto tiempo ha hecho mella, tanto física como mentalmente.
Es por eso que
tenemos que blandir las mejores armas que tenemos: Trabajo, educación,
constancia, esfuerzo, criterio y esperanza. No esperanza, esperando que otros
nos ayuden a salir adelante, sino la esperanza de que si está en nuestra mano, es mejorable. Confiar en
nuestras posibilidades, no en las promesas de políticos demagogos y expertos en
el manejo de la palabra; confiar en nuestro esfuerzo: todo, si se hace bien, da
sus frutos, como dice el dicho "quien siembra, recoge". Y por último, y no menos importante, una sonrisa; todo es más fácil siempre con una sonrisa. Termino con
una gran frase de Eduardo Galeano: Mucha gente pequeña, en lugares pequeños,
haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.